Wednesday, August 6, 2008

Pararrayos

—Precioso, verdaderamente precioso —dijo Estela Ruiz Medina cuando le preguntaron lo que sentía al tener su primer bisnieto.
Estela había asistido a un programa de televisión donde personalidades del espectáculo relataban su vida cotidiana. Ese día la consigna era “Famosas y bisabuelas”, y ella había sido elegida como invitada especial.
—Hoy soy abuela y soy bisabuela, ¿qué más le podemos pedir al santo? No nos falta el pan, tengo un excelente yerno —comentaba Estela.
Se movía desenvuelta frente a las cámaras, con el mentón levantado, y acompañaba sus frases con gestos delicados. Se reía con soltura y cada tanto se llevaba una mano a la boca y cubría su sonrisa.
A pesar de tener ochenta y cinco años, Estela conservaba gran parte de la energía de su juventud y en su rostro se veía un destello de lo que había sido años atrás como actriz de cine y teatro. Hija de un general español y una cantante de boleros argentina, Estela había comenzado trabajando como corista en el bar donde cantaba su madre noche tras noche. A sus breves acotaciones musicales pronto se le habían ido agregando actuaciones improvisadas en las que Estela buscaba transmitir la esencia del bolero. Su talento había cautivado al público, que comenzó a llamarla “La niña prodigio”. A los once años, había debutado como actriz secundaria en una versión libre de la obra de teatro Macbeth, a cargo del director Fabio Scarpella. A los doce, había tenido su primer protagónico en la película “La espera”, que fue su revelación como actriz dramática. A lo largo de su vida, Estela había protagonizado más de veinte películas e incursionado en las series televisivas, la danza moderna y el video-arte.

Cuando finalizó el rodaje, Estela preguntó si podía hacer un llamado. Necesitaba comunicarse con su nieta, que salía esa misma noche en un vuelo hacia Barcelona. El set de filmación estaba casi vacío, salvo por dos sillones de felpa verdes donde se sentaban los entrevistados y un banquillo negro, alto, desde el cual el conductor formulaba sus preguntas. Como no había teléfono de línea, uno de los productores le ofreció su celular.
—Acá tiene, señora Ruiz Medina. Soy un gran admirador suyo —dijo el muchacho cuando le entregó su teléfono.
—Gracias, querido, muchas gracias —respondió Estela.
Estaba apurada y no tenía ganas de conversar, pero el chico parecía empecinado en continuar la charla:
—Me gustó mucho la filmación de hoy, me encantaría proyectar el video para que usted vea un adelanto del programa ahora mismo.
—No es necesario —dijo Estela.
—Todos los registros quedaron en la caja, que registra todo igual; podemos acercarnos donde está el controlador y pedirle que nos muestre la cinta —insistió.
Estela dijo que le hubiera encantado verlo en otro momento pero que ahora estaba muy apurada. El chico bajó la cabeza. Tenía el pelo desprolijo y un aro en la ceja izquierda. Estela pensó que rondaba los veinticinco años, apenas algo mayor que sus nietas. Como no se podía comunicar, le devolvió el teléfono y dijo que volvería a llamar desde su casa.
—No, llamá al 0-800-307-4782 —dijo el muchacho—. ¿Le molesta que la tutee? Mi nombre es Mariano.
Estela dijo que haría el último intento. Entonces digitó el número de su nieta a continuación del 0-800 y escuchó un tono del otro lado. Sin embargo, no obtuvo respuesta.
—¿Difícil, eh? —dijo Mariano—. Durante el fin de semana, el mundo sigue su curso. Uno se acostumbra a trabajar sábados y domingos pero el resto de la gente nunca está disponible para atender llamados esos días.
—Es que las niñas me tienen harta —dijo Estela—. Mis dos nietas… Yo quería que fueran personas normales pero ellas no me dejan dormir tranquila.
Mariano quiso saber más.
—La mayor, Marlene, se tira en paracaídas con famosos —dijo Estela.
—¿Se tira en paracaídas? —preguntó Mariano.
—Sí, se tira en paracaídas con famosos. Tiene un segmento en un programa deportivo español en el que filman a gente de la farándula tirándose en paracaídas.
Mariano la miró atónito:
—¡Pero eso es muy divertido!
—Y Bettina, la menor —siguió Estela— acaba de tener un hijo, como ya ves, y tiene sólo veinte años.
Una de las chicas de utilería los interrumpió de golpe:
—Estela, saliste espléndida en la filmación. Tenés el pelo divino, ¿qué estás usando?
Estela mintió y nombró una marca. No se acordaba qué producto se había aplicado, tenía otras cosas en mente.
—¿En serio? —preguntó la chica—. ¿Y no es muy fuerte?
—Para nada —dijo Estela— deberías probarlo.
La chica siguió insistiendo:
—¿De verdad?
—Sí, sacar todas las manchas de una también es muy fácil —respondió Estela mientras le miraba el cuello de la camisa, que tenía una mancha amarilla.

Estela pidió permiso y se retiró al baño. Atravesó varias salas de filmación. En una de ellas, había un comentarista de fútbol grabando su programa. Su voz se escuchaba en todo el recinto:
—Va a ser muy difícil que no juegue y tampoco me parece que el Barça vaya a tomar una decisión en contra del espíritu del deporte.
En la sala contigua, una mujer joven embarazada filmaba una publicidad y decía:
—Los pañales más cómodos para tu bebé, con gel ultra absorbente, aloe vera, barreras anti-desbordes y cintas reutilizables.

Al salir del baño, Estela quiso acercarse a Mariano para agradecerle por el teléfono. Alcanzó a escuchar la conversación que él mantenía con la chica de utilería.
—¿Te gusta? —preguntó él.
—Creo que es asombrosa, ya sabés cómo capta la perspectiva femenina. Es tan… como… mujer — comentó la chica.
—Es genial —dijo Mariano.
Estela se acercó y fingió no haber escuchado nada. A continuación, recogió sus cosas y se fue.

En la puerta del estudio tomó un taxi y le indicó al chofer cómo llegar a la casa de su hija, Irene, donde la esperaba reunida toda su familia. El chofer, que rondaba los sesenta años, la reconoció enseguida y comenzó a hablarle. Le dijo que siempre recordaba su actuación en la película “La niña bonita”, en donde Estela –entonces con dieciséis años- interpretaba a la hija de un magnate, una joven ingenua que siempre se metía en problemas y de la cual todos los hombres estaban enamorados. El viaje hasta la casa de Irene era largo; vivía en las afueras de la ciudad con su hija (Bettina), el novio de Bettina (Ignacio), y su nieta recién nacida. La conversación en el taxi abarcó desde el tele-teatro y el cine de los años ’40 hasta temas de actualidad. El chofer estaba fijado con el caso de un ladrón que había asaltado tres joyerías en un día y, tras ser arrestado, había escapado de la cárcel haciéndose pasar por una visita.
—Es increíble cómo se fugó ese tipo —comentó—. Tengo entendido que cuando uno ingresa a un penal, tiene que dejarlo asentado, dejar un documento. De alguna manera queda registrado; por lo que yo tengo entendido, ojo
Estela iba a responder que probablemente al ladrón le importaran poco sus documentos pero prefirió callar.

Cuando llegó a casa de Irene, Estela se encontró con toda su familia mirando un partido de fútbol en el comedor. Marlene estaba sentada en un extremo del sillón, con su valija al lado, y se incorporó al verla. Estela le dio un abrazo:
—¿A qué hora sale el avión —preguntó.
—A medianoche —respondió Marlene.
Estela le preguntó si estaba segura de querer volver a España. Marlene dijo que sí, que era joven y era el momento de divertirse. Estela la miró preocupada:
—Mirá lo que es tu pelo, nena —dijo.
Marlene tenía el pelo largo hasta la cintura: mitad de color castaño oscuro y mitad castaño claro.
—Mi pelo no es problema —dijo Marlene—. Ahora me puedo seguir haciendo todo lo que quiera, por el tiempo que quiera, total ya sé cómo arreglarlo: me lo rapo y listo.
— ¡Ni se te ocurra! —gritó Estela.
—Era un chiste, abuela —respondió Marlene.
Ignacio le había prometido a Marlene que la llevaría al aeropuerto, pero estaba demasiado compenetrado en el partido:
—Ojo con Lou —balbuceaba—. Rodríguez. Rodríguez… Miralo a Rodríguez. ¡Uy!, qué bien se armó Rodríguez, el árbitro le cobra una falta.

Mientras esperaban que terminara el partido, Bettina llamó aparte a Estela:
—Me preocupa Marlene —susurró—. Los españoles le dijeron que tiene que adelgazar diez kilos si quiere seguir conduciendo el programa. Ya viste lo flaca que es, va a desaparecer.
Estela dijo que aquello le parecía una barbaridad.
—Lo peor de todo es que nos lo está ocultando. Me enteré de casualidad, un día en que encontré una carta para Marlene que le enviaban de un centro de estética de Boston —dijo Bettina.
Estela quiso saber más.
—Marlene recibirá un fácil plan a seguir, creado por las máximas autoridades americanas en dietas. Estará un mes encerrada en un centro de cuidado y belleza en las afueras de Barcelona. Además, recibirá el manual con fotografías que ilustran cada paso a seguir. Completo.
Estela la miró anonadada y dijo:
—¿Cómo puede ser que Marlene haya aceptado ese pedido? Ella siempre se mostró tan fuerte y segura con su cuerpo…
Bettina asintió:
—Tenemos que convencer a Marlene para que se quede. Vivir en el extranjero le está haciendo muy mal. Además, tiene veinticinco años, ya es hora de que se asiente, busque un novio y forme una familia.

Mientras tanto, el partido de fútbol había terminado e Ignacio festejaba la victoria de su equipo bailando en círculos alrededor del televisor. Marlene le gritó que iba a perder su vuelo.
—¿A quién le importa ese vuelo? ¡Hay que festejar! —gritaba Ignacio.
Estela lo agarró de las manos y le pidió que se calmara.
—Con que lleguemos media hora antes, estamos bien —dijo Ignacio—. Si Marlene pierde el vuelo, le consigo un nuevo pasaje… ¡A un precio que no podrá creer!
Marlene dijo que tenía que estar al día siguiente en Barcelona sin falta y comenzó a llorar. Bettina le preguntó por qué era tan importante volver y le echó una mirada cómplice a Estela. Pero Marlene no contestó y, en cambio, se sentó al lado de la puerta abrazada a su valija.
Ignacio quiso romper la tensión y dijo que la llevaría al aeropuerto. A continuación, la ayudó a levantarse. Marlene dijo que había olvidado algo en el piso de arriba. Ignacio le pidió que se apurara:
—Te veo abajo, ¿sí? —dijo.
Marlene no contestó.
—Te esperamos en el coche, ¿sí? —preguntó otra vez.
—Sí —dijo Marlene—. Sí, sí, sí, sí, sí.

Estela pensó que Marlene estaba más despistada que de costumbre. Bettina dijero que ella también quería ir al aeropuerto. Irene se ofreció a quedarse en la casa con el bebé de su hija. Estela subió al auto y se sentó adelante; Bettina fue atrás con su hermana.
Ignacio comenzó a manejar muy rápido y Bettina le pidió que bajara la velocidad. Ignacio le contestó que no quería que Marlene perdiera el vuelo. Bettina le preguntó desde cuándo le importaba tanto lo que le pasaba a su hermana. Marlene le pidió a Bettina que no se comportara como una hermana celosa. Estela quiso cambiar de tema y le preguntó a Ignacio cómo iban las cosas en su trabajo. Ignacio había conseguido trabajo como periodista deportivo en un diario, tras fracasar en el intento de triunfar como director de cine.
—Muy bien —respondió él—. Antes dirigía películas de terror y después sentí que tenía cosas para decir por medio de la escritura. Por suerte acerté. En mi tiempo libre, me dedico a escribir una novela: un thriller —aclaró, pronunciando la “th” con la lengua entre los dientes.

Cuando llegaron al aeropuerto, el vuelo estaba a punto de partir. Marlene corrió al área de embarque; el resto de su familia quedó atrás. Un guardia joven peinado con gomina la detuvo:
—Disculpe señorita, ¿qué la trae por aquí? —dijo.
Marlene respondió:
—Tengo que tomar este vuelo urgentemente y no hago a tiempo de pasar por migraciones.
—¿Perdón? —dijo el guardia—. Lo lamento pero eso no está permitido.
Marlene, enfurecida, dijo:
—Soy Marlene Munzia, conductora de televisión, esto es un asunto importante, señor; ahora déjeme pasar.
El guardia la miró desorientando:
—Mire, no sé quién es usted, lo único que sé es que primero tiene que pasar por migraciones.
Marlene hizo un ademán como si fuera a pegarle pero se contuvo:
—¿Quién se cree que es? Voy a denunciarlo ante las autoridades del canal, por su culpa se va a retrasar todo. Usted es un incompetente —dijo enfurecida.
—Y usted es… —respondió el guardia— una… puttanesca.
—¿Puttanesca? —dijo Marlene con ánimos de provocarlo— ¿qué es puttanesca? No conozco esa palabra.
A continuación, tomó su valija:
—Permiso —dijo y empujó al guardia para pasar a la sala de embarque.
El hombre la tomó por los hombros para evitar que avanzara.
—¡Mi vestido! —gritó Marlene— ¡No se atreva a tocarme!
La escena llamó la atención entre los pasajeros que se encontraban cerca. Otro guardia se acercó corriendo:
—¡No!, ¡Alfred! Déjala, esa mujer está loca y sólo te va a traer problemas.
—¿Qué importa si está loca? —contestó Alfred—. A mí no me van a pasar por arriba.
Marlene miró a Alfred furiosa:
—Usted es un infeliz y un amargado, puedo verlo en su expresión. Debería subscribirse a uno de esos servicios de telefonía celular, para recibir a diario los poemas más románticos, fotitos tiernas y mucho más.
—No lo necesito, estoy bien tal como estoy —dijo Alfred.
—¿Qué? —dijo Marlene mientras lo miraba de arriba abajo—. ¿Está seguro? Yo creo que usted necesita un cambio de vida urgente, ¿acaso le gusta trabajar nueve horas por día en un aeropuerto? ¿No preferiría estar haciendo otra cosa?
—No sé —contestó Alfred cabizbajo.
—Mire, voy a hacerle una propuesta que no va a poder rechazar: mi abuela es una actriz reconocida y puede conseguirle un rol secundario en una película, ¿qué le parece?
—Depende, ¿qué papel me va a ofrecer? ¿Seré un dandy multimillonario o un pordiosero? —quiso saber Alfred.
—Nada de eso —respondió Marlene. Retrocedió dos pasos y afirmó:
—Ahora déjeme que le diga algo: ¿cuál es su actor preferido?
Alfred pensó un rato y luego dijo que le agradaba Tommy Lee Jones.
—Bueno, ¿y cómo se ve actuando del esposo de una cantante famosa? —dijo Marlene.
Alfred se quedó en silencio, pensativo.
—En “La hija del minero”, Jones trabajó con Sissy Spacek, que era su esposa. Fue una película muy dramática que enfrentaba a dos actores con carácter. ¿Le gustaría probar una adaptación de esa obra? —lo increpó Marlene.
Alfred no dijo nada pero la idea le resultaba cada vez más tentadora.
— Yo podré cumplir mi promesa —dijo Marlene.

A continuación, Marlene se alejó y fue corriendo a buscar a su abuela. Tras contarle lo ocurrido, Estela la reprendió y le dijo que la idea era descabellada:
—No voy a poner a un guardia de aeropuerto a hacer de Tommy Lee Jones para que vos puedas tomar tu vuelo. Se acabó. Creo que ya tuvimos demasiadas señales, es hora de que dejes de viajar por el mundo y te asientes en tu país.
Marlene rompió en llanto; por los parlantes anunciaban la partida del vuelo a Barcelona. En eso, Alfred se acercó y dijo que la dejaría pasar:
—No me importa actuar en una película. Creo que soy feliz con mi trabajo actual.
Marlene sonrió y lo abrazó. Alfred se quedó inmóvil sin saber qué hacer. Marlene corrió hacia la puerta de embarque, le tiró un beso y desapareció.
Ignacio se acercó a Estela, que estaba con la mirada fija en la puerta de embarque:
—Vamos, es tarde —dijo mientras la tomaba del brazo—. El juego de mañana empezará a tiempo, a las seis, y tengo que trabajar.

*

Marlene llegó a Barcelona a las seis de la mañana del día siguiente. Durante el vuelo, se sentó al lado de una pareja con un bebé que no paraba de llorar. Apenas terminó los trámites en el aeropuerto, salió en busca del micro que la llevaría al centro de estética y belleza, donde debía comenzar su tratamiento para adelgazar. Reconoció el ómnibus entre los otros porque era de color blanco y rosado y tenía un cartel con el nombre del instituto. Marlene le dio su valija al chofer, que también hacía de maletero. El hombre le preguntó cómo se llamaba y tachó su nombre de una lista.
Adentro, el micro estaba repleto de mujeres. La mayoría eran jóvenes, flacas y bonitas. Se sentó al lado de una chica rubia que llevaba el pelo recogido con una flor blanca, anteojos de sol y un vestido gris. Al ver que Marlene tenía el pelo de dos colores distintos, la chica exclamó:
—Wow, wow, amigos… ¡eso es lo que llamo actitud!
Marlene la miró confundida; supuso que la chica hacía alusión a su pelo pero el comentario le pareció exagerado. La chica se presentó:
—Soy Javiera.
Marlene la saludó y dijo su nombre. Javiera se entusiasmó:
—¡Marlene! —gritó— como la cantante alemana.

A continuación, el micro se puso en marcha. Javiera se levantó de su asiento, pegó un grito y comenzó a aplaudir. Las otras pasajeras, que sumaban más de veinte, se levantaron de sus asientos y comenzaron a chiflar y aplaudir. Marlene se quedó sentada y no supo bien qué hacer. Miró a una chica que estaba callada buscando complicidad pero ésta no la vio.
Una vez que terminó el griterío, Javiera le preguntó a Marlene por qué iba al centro de estética. Marlene le contó que trabajaba en televisión y que la productora le había exigido que bajara de peso si quería conservar su trabajo. Javiera le comentó que aquello le parecía terrible; Marlene levantó los hombros y dijo que no tenía otra opción. Javiera le dio un abrazo y le dijo que ella iba a ayudarla a bajar de peso. Marlene dijo que no creía que fuera a necesitar ayuda. Javiera la miró seria y dijo:
—Mira, no es la primera vez que vengo aquí. La idea es que nos ayudemos entre todas.
Marlene quiso saber por qué Javiera iba al centro de estética. Javiera le contó que su marido viajaba mucho por trabajo y que ella aprovechaba esos momentos para descansar y hacerse tratamientos de belleza. Agregó que, en esta ocasión, comenzaría un tratamiento para sacarse las impurezas de su piel.
—Hoy es día de limpieza —dijo Javiera—. Y aquí está mi lista de quehaceres.
Sacó una lista de su cartera; Marlene sólo alcanzó a leer algunas frases: “Baño de almendras, pulido de piernas, reflexología”. Marlene la miró y dijo:
—Wow, no creo que yo tenga tiempo para hacer esas cosas.
Luego cerró los ojos y fingió quedarse dormida. Javiera hizo lo mismo y se durmió. Entonces Marlene sacó un cuaderno y comenzó a anotar sus impresiones del viaje a Buenos Aires y de la visita a su familia. Estaba tan concentrada en su escritura que no se dio cuenta de que Javiera se había despertado. De pronto, escuchó que Javiera le preguntaba:
—¿Qué has escrito?
Marlene cerró el cuaderno de un sobresalto:
—Nada —dijo—. Está completamente en blanco.
Javiera le guiñó el ojo:
—Vamos… pude ver que habías escrito algo, ¿qué era?
Marlene dijo que no tenía importancia y le dio la espalda.

Dos horas después, el micro se detuvo junto una estancia con paredes de color naranja. Las pasajeras se incorporaron de sus asientos con entusiasmo; todas querían ser las primeras en bajar. Marlene esperó a que hubieran descendido todas para salir del micro. El chofer le tomó la mano para ayudarla a bajar y le deseó suerte. Ella caminó a paso lento mientras arrastraba su valija. Se estaba haciendo de noche y los últimos rayos de sol iluminaban el pasto al costado del sendero que conducía a la casa. Al atravesar la puerta, se encontró con una mujer de cincuenta años que le hizo acordar a su madre por la forma respingada de la nariz y los ojos rasgados. La señora se presentó como la Doctora Blanco y dijo que era la nutricionista. Luego se topó con una empleada con un delantal celeste, que la hizo pasar a un cuarto donde Marlene dejó sus cosas junto a la puerta. Para su sorpresa, descubrió dos camas. En ese momento entró Javiera y preguntó:
—¿Qué es ese olor?
Al ver a Marlene y a la empleada dijo:
—Hola chicas, ¿qué cuentan?
No obtuvo respuesta; miró a Marlene y agregó:
—¡Qué buena sorpresa!, compartiremos el cuarto.
Marlene no hizo a tiempo de contestar nada. Javiera abrazó a la empleada y la retó:
—Clotilde… otra vez ha estado trabajando con sushi…. ¡Va a matarnos con el olor a pescado!
Clotilde se río y dijo:
—Veo que sigue siendo la misma chistosa de siempre, señora Javiera.
Unas chicas que pasaban por detrás también rieron. Marlene se sentó en su cama y se frotó los ojos. Clotilde dijo descansaría un rato y que las esperaría en la cocina en una hora para comer sushi. Javiera dijo que Marlene no podía comer sushi porque tenía que hacer dieta. Clotilde dijo que era una lástima y se retiró.

Javiera cerró la puerta y se sentó en su cama. Comenzó a desempacar mientras cantaba en voz baja sin llegar a modular ninguna palabra. En un momento se detuvo y le preguntó a Marlene si estaba casada:
—No —dijo Marlene en tono seco.
—¿Divorciada? —preguntó Javiera.
—No, tengo veinticinco años, soy joven para estar en pareja —respondió Marlene.
Javiera le dijo que el amor no era cuestión de edad y que ella se había casado a los veintidós años; ahora tenía veintiséis. Marlene dijo que aún no había encontrado a nadie que fuera su complemento:
— Los hombres de nuestra edad son muy infantiles —dijo Marlene.
Javiera no estuvo de acuerdo:
—Hay distintos grados de madurez —dijo—. Y distintos grados de tamaño…
Marlene quiso cambiar de tema pero Javiera insistía:
—Pienso que la clave para mantener la pasión en un matrimonio es que la mujer cuide su silueta —afirmó con seguridad—. Por eso estoy aquí.
Marlene dijo que ella quería estar con alguien que no se fijara tanto en su imagen. Javiera la miró con el mentón levantado y dijo:
—Después de cuatro años de matrimonio, no vas a pensar igual. Yo suelo comprar disfraces para despertar el deseo de mi marido. También pantalones y hasta lingerie casi imperceptible, botas con cierre y bastante encaje. Las compro en la mercería de una amiga.
A continuación, saco de su valija una caja y se la mostró a Marlene. La tapa de la caja mostraba a una mujer y un hombre abrazados y abajo se leía: “Prendas basadas en el buen diseño y las formas súper simples, donde se destaca la mujer o el hombre que lleva la ropa más que la ropa en sí misma”. Marlene tomó la caja y dijo:
—¡Qué bien! Me voy a quedar con esto.
Luego dejó la caja y salió de la habitación.

Marlene se dirigió a la cocina, donde encontró a una chica dibujando que le explicaba a otra cómo pintar un retrato. Marlene alcanzó a escuchar que decía:
—Para eso vamos a tomar el lápiz, el grafito…
Caminó hasta la heladera para buscar algo de comer, estaba muerta de hambre.
En eso apareció la cocinera, Clotilde. Señaló a las chicas y dijo:
— Ustedes me pueden ayudar con el pastel.
Luego miró a Marlene y dijo que era preferible que ella se mantuviera lejos de la cocina para no romper con la dieta. La Doctora Blanco entró a la cocina y le sugirió a Marlene que saliera a trotar mientras las demás preparaban el pastel. Marlene dijo que estaba cansada por el viaje. La doctora le pidió que se tomara las cosas en serio:
—Para empezar podrías correr dos kilómetros —dijo—. Si sigues una rutina diaria, enseguida vas a ponerte en forma.

Marlene fue a su cuarto de mala gana y buscó ropa deportiva. Javiera dijo que la acompañaría a correr; se puso un par de shorts y sacó de su valija una vincha para la cabeza con una linterna en el centro. Luego, salieron de la casa seguidas por la doctora. Afuera era de noche, el pasto estaba húmedo y no escuchaba ningún otro sonido más que el canto de unos grillos. La doctora se sentó en una silla en la entrada de la casa y les dijo que les tomaría el tiempo. Marlene y Javiera comenzaron a correr por las cercanías de la casa a un ritmo veloz; la luz de la linterna de Javiera era intensa y se movía de arriba a abajo iluminando pequeñas áreas de pasto. Al principio, trotaron en silencio. En un momento, Javiera dijo que sentía un olor raro.
—¿Olor a qué? —preguntó Marlene.
—Olor a rinoceronte —dijo Javiera.
Marlene se río y dijo que nunca había estado cerca de un rinoceronte. Javiera le preguntó si nunca había estado en un zoológico. Marlene dijo que no y agregó que odiaba ver animales en cautiverio. Javiera dijo que a ella le gustaban mucho los animales y que de chica quería ser veterinaria:
—El mundo animal está lleno de cosas interesantes —dijo—. Por ejemplo, los rinocerontes se comunican con el olor, su orina está llena de información.
Marlene dijo en tono de broma:
—¿Qué nos estarán queriendo decir ahora?
Luego le preguntó a Javiera por qué no había estudiado Veterinaria. Javiera dijo que había empezado pero que cuando conoció a su marido empezó a viajar mucho y no le quedó más tiempo para los estudios. Sin darse cuenta, Marlene y Javiera se habían alejado de la casa y de golpe se toparon con una tranquera que marcaba el límite de la estancia. Marlene se trepó y saltó del otro lado. Javiera dijo que le parecía mejor volver.
—No seas miedosa —dijo Marlene.
Javiera estaba inmovilizada frente a la tranquera pero Marlene no llegaba a ver su cara porque estaba encandilada por la linterna.
—Vamos, sube —le dijo Marlene mientras tendía una mano en el aire.
Javiera dijo que podía sola y saltó enérgicamente hacia el otro lado. Marlene se entusiasmó:
—¡Eso es! —gritó.
Javiera se puso seria y exclamó, con voz grave:
—El error que comete la gente cuando entrena es que no usa el peso suficiente.
Marlene le respondió imitando el tono:
—Es muy importante que siempre mantenga los movimientos intensos pero precisos y graciosos.
Las dos se rieron y siguieron trotando a ritmo lento durante unos minutos. Javiera rompió el silencio:
—Sé que va a parecer extraño pero durante mucho tiempo estuve obsesionada con encontrar al hombre perfecto. Siempre simpaticé con los deportistas pero la mayoría de ellos no tiene nada en la cabeza —dijo—. Además, de pequeña tomaba clases de danza clásica a diario y desarrollé una obsesión por los torsos erguidos.
Marlene no pudo contener su risa.
—En serio —dijo Javiera—. No soporto ver a un hombre caminando encorvado.
Hizo una pausa y luego agregó:
—Cuando conocí a Frank, mi marido, eso representó el comienzo de todo: era alguien que finalmente caminaba como se debía y hablaba como se debía.
En ese momento, Marlene divisó algo iluminado a lo lejos y la interrrumpió:
—¡Una casa! —gritó—. ¡Vamos!

Aceleraron el trote y en menos de diez minutos llegaron al umbral de una casa de piedra y ventanales amplios en el medio del bosque. Adentro se veía a un señor sentado en un sillón de terciopelo verde mirando televisión y una señora mayor con un vestido a cuadros que recogía una taza de té de la mesa. Sin pensarlo demasiado, Marlene se acercó y tocó la puerta. La señora miró temerosa por la ventana y luego entreabrió la puerta:
—¿Puedo ayudarlas en algo? —preguntó.
Marlene dijo que habían salido a correr y habían perdido el rumbo. Preguntó si podían pasar y usar el teléfono. La señora dudó unos instantes y las miró con desconfianza. Finalmente accedió pero les pidió que hicieran el llamado lo más rápido posible.
—No debería dejar entrar a nadie a estas horas pero voy a hacer una excepción con ustedes; parecen buenas personas —dijo la señora.
Marlene aseguró que no tardarían demasiado y se presentó:
—Yo soy Marlene —dijo y miró a Javiera para que hiciera lo mismo.
—Y yo creo que esta alfombra se vería increíblemente beneficiada con una limpieza decente —dijo Javiera para romper el hielo.
La señora no se río y Marlene tampoco.
—Era una broma —aclaró Javiera.
La señora hizo una mueca y dijo:
—Ah, sí, sí, claro; me llamo Eloísa… Y ahora viene la parte más interesante: mi marido, el señor Walter Carlos.
Al decir esto, señaló al hombre que se encontraba sentado en el sillón mirando hacia delante con la mirada perdida y la boca abierta.
—Walter solía ser un gran geólogo, viajó por todo el mundo e hizo descubrimientos importantísimos —dijo Eloísa—. Por desgracia, ya tiene más de noventa años y la demencia no le permite recordar nada, apenas reconoce a sus familiares.
Eloísa tenía los ojos llenos de lágrimas:
—Hace más de sesenta años que lo conozco y nunca pensé que iba a terminar así. La gente se acerca y me pregunta qué puedo hacer con él y yo no sé qué decirle, simplemente disfrutarlo mientras pueda tenerlo al lado.
Javiera se acercó a Eloísa y le dio una palmada en la espalda. Eloísa se echó a llorar.
—No se preocupen por mí —dijo—. Tengo un carácter a prueba de balas.

A continuación, les ofreció un té y les dijo que se sentaran donde quisieran. Marlene y Javiera aceptaron y dijeron que no tenían ningún apuro. Javiera se acercó al teléfono y marcó el número de la clínica. No contestaba nadie. Marlene la miró y le llamó la atención que todavía tenía la linterna de la vincha encendida. Estabas las dos agotadas y transpiradas por el ejercicio físico.
Eloísa les propuso que se quedaran un rato más y dispuso las sillas alrededor del televisor. Walter Carlos permanecía inmóvil en el sillón, la televisión mostraba un programa en vivo donde la presentadora decía:
—Hoy tenemos varias invitadas especiales, una de ellas es Rocío. Estas dos mujeres británicas mataron a sus maridos que abusaban de ellas y las golpeaban.
Las dos mujeres estaban sentadas una al lado de la otra en el set y se parecían bastante entre sí. Ambas eran de contextura grande y llevaban el pelo largo, desprolijo y teñido de rubio. Marlene quiso sacar un tema de conversación y preguntó por una antorcha que colgaba de la pared justo arriba del televisor. Eloísa dijo que era la antorcha de la filosofía feng sui y que la había comprado con Walter Carlos en un viaje al Japón. Luego le preguntó a Marlene si era argentina. Marlene asintió y dijo que hacía varios años que estaba viviendo en España pero que tenía ganas de volver a su país. Eloísa dijo que ella había completado los últimos tres años del secundario en la provincia de Buenos Aires, porque su padre había ido allí un tiempo por asuntos de negocios.
—Era un salón donde iban chicos de todo Quilmes para hacer el bachiller —comentó Eloísa—. A mí me gustaba mucho.
Marlene miró a Javiera que, extrañamente, estaba callada y posaba la vista en Walter Carlos, con un aire de melancolía. Eloísa miró por la ventana y contó que, cuando vivía en Buenos Aires, iba todos los años a la playa con su familia y en invierno viajaban a la montaña. Dijo que a su padre le iba muy bien económicamente y que vivían en el edificio más alto de la ciudad, sobre la calle Florida, rodeados de las primeras construcciones de más de diez pisos de altura.
—Antes esos edificios tenían pararrayos —comentó Eloísa—. Y todos esos pararrayos eran los que evitaban que cayera un rayo a la gente y a los autos.

FIN

Zapping original:

Van a informarnos sobre el proyecto que tiene el oficialismo para la movilidad de las jubilaciones. Este proyecto ya fue enviado, así que veremos qué es lo que sucede. Precioso. Hoy soy abuela y soy bisabuela, ¿qué mas le podemos pedir al santo? No nos falta el pan, tengo un excelente yerno. Como no había teléfono, todos los registros quedaron en la caja, que registra todo igual. Llamá al 0-800-307-4782. Durante el fin de semana el mundo sigue su curso. Es que las niñas me tienen harta. Se tira en paracaídas con famosos. ¿Se tira en paracaídas? Se tira en paracaídas con famosos. Tenés el pelo divino, ¿qué estás usando? ¿En serio? ¿Y no es muy fuerte? Para nada, deberías probarlo. ¿De verdad? Sacar todas las manchas de una también es muy fácil. Va a ser muy difícil que no juegue y tampoco me parece que el Barça vaya a tomar una decisión en contra el espíritu del deporte. Los pañales más cómodos para tu bebé, con gel ultra absorbente, aloe vera, barreras anti-desbordes y cintas reutilizables. ¿Te gusta? Creo que es asombrosa, ya sabes cómo capta la perspectiva femenina. Es tan… como… mujer. Es genial. Tengo entendido que cuando uno ingresa a un penal, tiene que dejarlo asentado, dejar un documento. De alguna manera queda registrado; por lo que yo tengo entendido, ojo. Yo lo maltrato y Pantene me lo repara. Ahora me puedo seguir haciendo todo lo que quiera, por el tiempo que quiera, total ya sé cómo arreglarlo. Ojo con Lou. Rodríguez. Rodríguez. Miralo a Rodríguez. Uy, qué bien se armó Rodríguez, el árbitro le cobra una falta. Recibirá un fácil plan a seguir, creado por las máximas autoridades americanas en dietas. Además, recibirá el manual con fotografías que ilustran cada paso a seguir. Completo. A un precio que no podrá creer. El chico parado atrás sigue en el barrio. Su nombre es Michael Edwin. Todo cambió cuando probé Magistral. Te veo abajo, ¿sí? ¿Sí? Sí. Sí, sí, sí, sí. Antes dirigía películas de terror y después sentí que tenía cosas para decir por medio de la escritura. ¿Qué la trae por aquí? ¿Perdón? ¿Qué es “puttanesca”? Mi vestido. No, ¡Alfred! ¿Qué importa? Recibí a diario los poemas más románticos. Bajate gratis las frases locutadas más lindas, fotitos tiernas y mucho más. No lo necesito. ¿Qué? ¿Seré un dandy multimillonario o un pordiosero? Ahora, déjame que te diga algo. En “La hija del minero”, Jones trabajó con Sissy Spacek, que era su esposo. Fue una película muy dramática que enfrentaba a dos actores con carácter. Yo podré cumplir mi promesa. El juego de mañana empezará a tiempo. Wow, wow, amigos. Hoy es día de limpieza y aquí está mi lista de quehaceres. Wow. ¿Qué has escrito? Nada. Está completamente en blanco. ¿Qué es ese olor? Hola chicas, ¿qué cuentan? Ha estado trabajando con sushi. Distintos grados de madurez y distintos grados de tamaño. También pantalones y hasta lingerie casi imperceptible, botas con cierre y bastante encaje. Basado en el buen diseño y las formas súper simples, donde se destaca la mujer o el hombre que lleva la ropa más que la ropa en sí misma. Para eso vamos a tomar el lápiz, el grafito. Ustedes me pueden ayudar con el pastel. Los rinocerontes se comunican con el olor, su orina está llena de información. Sube. Eso es. El error que comete la gente cuando entrena es que no usa el peso suficiente. Es muy importante que siempre mantenga los movimientos intensos pero precisos y graciosos. Cuando conocí a Frank, eso representó el comienzo de todo: era alguien que finalmente caminaba como se debía y hablaba como se debía. Yo creo que esta alfombra se vería increíblemente beneficiada con una limpieza decente. Ahora viene la parte más interesante. El señor Walter Carlos. La gente se acerca y me pregunta qué puedo hacer con él y yo no sé qué decirle. Simplemente disfrutarlo. A prueba de balas. Hoy tenemos varias invitadas especiales, una de ellas es Rocío. Estas dos mujeres británicas mataron a sus maridos que abusaban de ellas y las golpeaban. La antorcha de la filosofía feng shui. Era un salón donde venían chicos de todo Quilmes para hacer el bachiller. Antes esos edificios tenían pararrayos. Y todos esos pararrayos eran los que evitaban que cayera un rayo a la gente y a los autos.

Tuesday, August 5, 2008

Bananas

La quinta brigada del ejército y la jefatura de policía tienen el poder de encerrarme. Lo sé. Quieren meterme presa por algo que yo no hice. Ello se desprende expresamente de los dichos del comisario Bordaverde. Él intentó advertirme que la policía venía por mí, pero yo no le hice caso.
—¿Vos creés que Ángel, tu hermano, está involucrado en la matanza de los chicos? —me preguntan en la comisaría.
—Tranquila. No pasa nada —me digo a mí misma—. Es sólo un interrogatorio. Siete puntos básicos. Nada más.
Un policía se ríe ante mi silencio:
—Específicamente lo que nos está marcando hasta el momento con sus evasivas es que usted es la culpable.
Las quejas: me pongo a gritar que aquello no es cierto, que yo estaba de campamento la noche que mataron a mis sobrinos, a quinientos kilómetros de la escena del crimen. Pero nadie me cree. Una semana antes del siete de agosto, en el camping, las carpas eran más de doscientas. Ahora, al viernes pasado, había veinte. No hay evidencia de que yo haya estado en mi carpa la noche del crimen, nadie quiere salir de testigo por miedo a quedar implicado. De lunes a viernes en CNN en español pasan una noticia que se titula “Crimen en Flores”. Aparece mi foto con un subtítulo que dice que yo participé del asesinato; después pasan una entrevista donde mi padre se muestra afligido:
—Yo estoy tan confundido —dice—. Por un lado, triste. Por el otro, atónito.

De pronto, mi tío irrumpe en la comisaría con sus lentes oscuros y su bastón:
—El problema ha sido arreglado —dice.
Uno de los policías intenta echarlo pero él se resiste:
—¡Quieto! —grita—. Pretenden documentar un supuesto secuestro que habrían sufrido las víctimas por parte de mi sobrina pero acá está la prueba de que ella estaba de campamento.
Mi tío muestra una foto del camping en la cual sonrío despreocupada junto a una laguna. Suspiro aliviada. Quiero pensar en otras cosas: cómo se vive la obesidad en el mundo, cómo se construye un iglú, por qué cada vez más gente se convierte al evangelismo. Eso sería bueno para mí, necesito despejarme. Pero no puedo. No. No, no, no, no. Una vez más, el comisario interrumpe mis pensamientos:
—En relación al mérito de estas aseveraciones, me referiré en el apartado que sigue, pero necesito saber si la señorita se declara culpable.
Le respondo que me declaro inocente y que no tengo nada que ver con el crimen. El oficial dice que me puedo retirar. Mi tío me pide que espere en el hall de entrada.

Me asomo a una ventana y respiro aire fresco. Dos chicos jóvenes me miran de arriba a abajo y después siguen hablando:
—Otra de las apariciones de la pre-temporada fue la de la japonesa que ganó el bronce —dice uno.
—Una destreza increíble —responde el otro—. Realmente merecía ganar. De todas formas, como atleta, lo mejor que he hecho en mi carrera fue alejarme de las competencias. Sufría como un condenado antes de cada torneo y no podía engordar ni un gramo de más.

De pronto, se acerca una mujer pelirroja de unos treinta y cinco años y vuelvo a la realidad de la comisaría.
—¿Cómo estás? —me pregunta.
—Estoy bien —respondo.
—Supongo que sos la nueva —dice—. Soy Laura Florenzzi, estoy acusada de matar a mi marido. No estoy presa pero tengo que presentarme en la comisaría todos los días desde hace un año. Conozco tu caso y sé lo que se siente ser acusado de algo que uno no cometió.
—Gracias. Esto es realmente una pesadilla.
—También eso. Los periodistas no te van a dejar en paz y van a perseguirte a donde sea necesario —dice Laura mientras me ofrece una pastilla de menta.

Mi tío se acerca y nos sorprende por detrás:
—¿Quieren salir a la terraza conmigo? —pregunta.
— Bueno —dice Laura con decisión—. Pero creo que voy a necesitar su ayuda.
Mi tío le pregunta de dónde lo conoce y en qué puede servirla. Laura saca un papel arrugado de su cartera:
—Aquí dice que perdiste la vista de niño antes de desarrollar un vocabulario visual. Tienes problemas con la profundidad de campo, el espacio, la forma.
Mi tío se muestra sorprendido:
—¿De dónde sacó esa información? —pregunta—. ¿Y por qué habla con acento venezolano?
Laura dice que estaba imitando al cabo primero, oriundo de Caracas:
—Estoy en la comisaría hace tiempo. Usted sabe como son estas cosas… Todos los jueves a las veintiuna horas el cabo primero distribuye información sobre los vecinos del barrio y busca blancos fáciles para el robo.
Hay un silencio de unos segundos que se hace eterno.
—Usted iba a ser el próximo blanco, señor —dice Laura.
—¡Por el combate de Clark versus Clark! —exclama mi tío—. ¿Cómo es eso posible?
A juzgar por la despampanante cara de mi tío, advierto que está por entrar en un colapso nervioso y les pido a ambos que se tranquilicen. Pero Laura está decidida a desenmascarar la corrupción de la comisaría:
—Hay fotitos y mucho más. Ellos manejan todo tipo de información que usted ni siquiera se imagina.
Me quedo en silencio, pensativa. De fondo se oye una radio: “Nutritiva. Diseñada para eliminar las impurezas mientras el cuerpo absorbe los nutrientes”.

En ese momento, se acerca el oficial Bordaverde:
—Buenas, buenas, ¿qué lo trae a usted por aquí? —le pregunta a mi tío.
Luego le guiña el ojo a Laura y agrega:
—¿Verdad que no lo esperábamos? Yo por lo menos no.
Le pregunto a Laura de dónde se conocen:
—Ya te dije que estoy hace tiempo en esta comisaría —responde Laura.
—Me parece que me he dejado aquí el paraguas —dice Bordaverde mientras recorre la terraza con la vista.
Laura aprovecha su distracción y me llama aparte:
—No tengo mucho tiempo. No creas nada de lo que te digan en la comisaría. No creas nada a nadie, ni siquiera a Bordaverde. Te espero en el bar Bananas mañana, viernes ocho de agosto, a las doce del mediodía. No vengas con nadie.
A continuación se retira. Le digo a mi tío que estoy cansada y nos despedimos de Bordaverde. Después, lo acompaño hasta la puerta de su casa y le recomiendo que no abra la puerta a nadie.

Al regresar a mi departamento, encuentro a mi marido en el comedor mirando las noticias.
—¿Qué tal, Michael? —pregunto.
—Bien. Estaba preocupado por tí.
Michael es de Carolina del Norte y habla español con dificultad. Nos conocimos hace unos años cuando él visitaba el planetario de la ciudad y yo trabajaba en la boletería. En aquel momento, él recién llegaba al país. Había venido de visita por un mes pero al poco tiempo consiguió trabajo y decidió quedarse. Trabajaba como chef en un café y me invitó a tomar algo allí para la primera cita. Dijo que preparaba la mejor torta de limón del mundo y era cierto. Salimos durante ocho meses. Michael me conquistó con su simpatía y sus recetas exquisitas. Un día, anunció que se presentaría a un concurso en donde premiaban al chef que preparara el mejor budín marmolado. Prometió que si ganaba, nos casaríamos. Acepté el desafío. Michael nunca se presentó al concurso. A esa altura, sin embargo, no importaba quién era el ganador: los preparativos para la boda ya habían comenzado.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —dice Michael mientras agita una mano enfrente de mis ojos.
—Sí, sí —respondo.
Michael me pregunta por el comisario Bordaverde.
—No sé, no termino de confiar en él. Presiento que está tramando algo… —digo—. A ese hombre le urge un cambio de actitud, te lo juro.
—Necesita sexo —dice Michael mientras me toma por la cintura. Me río. Me dejo llevar por Michael hasta el cuarto. Necesito olvidar mis problemas.

Me despierto al día siguiente. Michael me da un beso y pregunta:
—¿El millón de dólares es en cheque o en efectivo, señorita?
—Ja, ja. Eso no es gracioso. La próxima vez que hagas ese chiste, voy a empezar a cobrar en serio por mis servicios —respondo. Michael se levanta y anuncia que va a preparar el desayuno.
—¿Están listos para ser más rápidos que nunca? —pregunta.
—¡Sí!
Michael se sienta al borde de la cama y finge estar manejando un automóvil:
—Michael Pheldom presenta el auto de tus sueños, un auténtico real auto de verdad —dice.
Me río:
—Todavía no aprendiste a hablar, Michael.
Él dice que eso no importa y agrega que va a comprar una moto para llevarme a Carolina del Norte:
—Una Harley. Todos podrán admirarla.
Le pido a Michael que se ponga serio. No puedo dejar de pensar en el asesinato de mis sobrinos. Michael me asegura que todo va a estar bien y me da un beso en la frente. Se retira y vuelve al rato con una bandeja con tostadas y cereales. Trae todo en una bandeja y me entrega un dibujo en una servilleta donde se nos ve a ambos andando en moto. En el dibujo, mi pelo largo vuela hacia atrás por el efecto del viento; tengo anteojos oscuros y un casco. Michael, por su parte, se ve muy musculoso y tiene un chaleco con la bandera de Estados Unidos estampada a la altura de su pecho:
—Porque lo más divertido del arte —dice—. Es hacerlo.
—Gracias, gracias por la comida, Michael— exclamo.
Miro el reloj. Son las once en punto. Recuerdo la cita con Laura Florenzzi en Bananas. Salgo de la cama en un segundo y comienzo a vestirme. Antes irme de casa, voy a la cocina y tomo un cuchillo filoso. Necesito protección. Michael se acerca y pregunta:
—¿Adónde piensas llevar eso?
Le pido que confíe en mí:
—No puedo decirte adónde voy. No te preocupes, voy a estar bien.

Salgo de casa hecha un rayo. Michael intenta detenerme. Corro. La puerta de abajo no tiene llave. Por un momento me pregunto si alguien ha intentado entrar durante la noche. Salgo a la calle y pronto me pierdo entre el resto de la gente.

Cuando llego al bar, Laura me espera sentada en una mesa al fondo. Tiene puesta una remera de Bugs Bunny.
—El conejo favorito de todos los niños —comento mientras la saludo. A continuación, me largo a llorar. Laura me abraza y me dice que todo va a estar bien.
—No entiendo quién pudo haberlos matado —digo entre sollozos—. Eran sólo unas criaturas. ¿Cómo puede ser que haya alguien capaz de hacer algo así?
Laura me abraza otra vez y dice:
—Mirá, tengo que confesarte algo. Sospecho que tus sobrinos están vivos. Por lo que deduzco después de haber ido tantas veces a la comisaría, estos agentes integran una red mundial de tráfico de niños.
La miro pasmada.
—Creo que tus sobrinos fueron secuestrados y todavía no salieron del país. Lo del asesinato fue montado para que ustedes no los busquen —dice Laura.
—¿Por qué no me dijiste esto antes? —pregunto.
—Tenía miedo de que nos escucharan. En la comisaría hay micrófonos por todos lados.
En ese momento, se acerca un mozo:
—Buenas tardes —dice.
—Buenas tardes —dice Laura.
—¿Qué van a desear para comer? —pregunta el hombre—. Tengo para ofrecerles fondues de carnes, fondues de mariscos...
Laura me mira y tose:
—Creo que por ahora estamos bien así. Vamos a pedir más tarde.
El mozo se retira. Laura continúa:
—Yo ya tuve suficiente. Me engañaron y soy víctima de una trampa. Pero es tu turno para cambiar las cosas, todavía hay tiempo de salvar a esos chicos.
Le pregunto si tiene alguna pista de dónde pueden tener escondidos a mis sobrinos. Me dice que los policías suelen esconder a los niños en el sótano de un edificio abandonado al que llaman “Rincón del cielo”. Laura me dice que no hay tiempo que perder. Se levanta y sale del bar. La sigo.

Tomamos un taxi y atravesamos toda la ciudad. Llegamos a la costanera. Laura le pide al conductor que nos deje en la puerta de un restaurante. Cuando bajamos del taxi, dice:
—Prefiero que caminemos unas cuadras, por si alguien escucha el ruido del motor.
Más allá del restaurante, no hay nadie a la vista. Se distinguen algunas fábricas abandonadas y se ve mucha basura acumulada en las esquinas. Hace frío. Después de recorrer diez cuadras desoladas, llegamos a un edificio gris con carteles viejos y oxidados con carteles sonde se lee “En venta”. De golpe, veo algo en el piso y pregunto qué es.
—Ah, creo que es un homosapiens —dice Laura, chistosa.
Recojo el juguete del piso. Se trata de un mono color marrón.
—¡Es el muñeco de mi sobrino! —digo—. ¡Están acá!
Laura me indica con la mano que la siga. Bordeamos la pared lateral del edificio hasta llegar a una puerta. Laura me pide en voz baja que me saque los zapatos para no hacer ruido. Le hago caso y continúo avanzando con los tacos en la mano.
—Me parece que escucho algo —dice Laura. Presto atención y oigo voces.
—Vienen de abajo —susurro. Vemos una escalera y descendemos despacio. El corazón me late como nunca. De pronto, comienzo a sospechar que Laura me está tendiendo una trampa. De todas formas, es demasiado tarde para desconfiar.
En el subsuelo se escucha el sonido de un televisor, cada vez más fuerte: “Para una piel más limpia y suave, corta un tomate por la mitad y frótalo suavemente por el rostro”. Aparece una puerta entreabierta. “Déjalo actuar por unos quince minutos”. Laura me indica que me quede quieta y se asoma despacio a la puerta. “Juntamos los omóplatos por detrás de la espalda.” Laura hace señas de que no hay nadie. “Entrelazamos los dedos.” Laura desaparece tras la puerta. “Inspiramos”. Me quedo quieta. Laura ha desaparecido. De pronto, escucho un disparo.
Entro a la habitación: Laura se encuentra parada en un rincón con un revólver entre sus manos. A su lado, yace un hombre muerto con un sobrero de cowboy.
—Es… es el comisario Soto… —balbucea Laura.
“Le disparó a Soto volándole el sombrero de la cabeza”, pienso. Nunca había conocido a alguien así en mi vida hasta ahora. Laura me mira sin decir nada. Está pálida como un fantasma y todavía tiene el revólver en sus manos. Se oyen sollozos.
—¡Son los chicos! —grito.
—¡Vamos! —dice Laura. Salimos al pasillo. Hay una puerta que no habíamos visto antes. Laura la abre de una patada. Los chicos se encuentran allí, maniatados.
Abrazo a mis sobrinos y les quito las vendas. Ellos lloran y dicen que están bien. Laura dice que no hay tiempo que perder. Salimos los cuatro corriendo del edificio. Sigo con los zapatos en la mano. El sonido del televisor hace eco en todo el lugar: “Las chicas comen en bandejas de supermercado frente a los televisores”, dice la voz de una locutora. “Porque ninguna sociedad que no critica se desarrolla”, responde un hombre.

Al llegar a la calle, me doy cuenta de que no tenemos forma de escapar. No hay ningún taxi a la vista. Laura me dice que no me preocupe. Saca un juego de llaves de su cartera. Nos acercamos a un auto gris estacionado a unos metros del edificio.
—Ya sabes cómo son los policías —dice—. Cada uno tiene su coche y no lo cambia.
Subimos al auto y ella lo hace arrancar. Los chicos me abrazan y lloran.
—¿Les hicieron algo? —pregunto. Ellos dicen que no, pero el shock es demasiado fuerte. Estuvieron encerrados más de una semana. Laura propone ir a otra comisaría y me parece bien. Ya no podemos confiar en los oficiales de la comisaría de Flores. Nos dirigimos a una comisaría del centro. Estamos exhaustos pero debemos aclarar todo cuanto antes.

Cinco horas después, vuelvo a casa. Michael está tirado en la cama y no me doy cuenta de si duerme o si llora. Cuando me ve, me abraza y me pide que no lo deje nunca más.
—Los chicos están de vuelta en la casa con sus padres —digo. A continuación, le cuento todo. Cuando termino el relato, Michael se levanta y pone un disco con todo tipo de géneros de canciones que a mí me gustaban de adolescente. Me da la mano, invitándome a bailar al centro del comedor. Me dejo llevar por el ritmo hasta que caigo rendida sobre el sillón. Michael se recuesta a mi lado. Fantaseamos con viajar a Carolina del Norte a visitar a su familia. Le pregunto si algún día podremos vivir sin trabajar, bailando y haciendo sólo lo que nos guste.
—No creo que seamos millonarios para nada —dice Michael—. Creo que nos falta mucho para trabajar.
Esa noche, todos los noticieros hablan de la corrupción en la comisaría de Flores. Ahora no me tratan más como a una delincuente sino como a una heroína. Gracias a Laura y a mí, han descubierto toda una serie de secuestros y liberado a cientos de niños. “Porque estos delitos habrían sido cometidos en los últimos meses,” dice la locutora, “pero uno de los detenidos tiene antecedentes de delitos sexuales”. Me levanto y apago el televisor.
—Basta de cosas feas —digo. Le pregunto a Michael hasta qué hora trabaja al día siguiente.
—Tengo siempre gente hasta tres y media —dice.
—Te propongo que nos encontremos a esa hora en el café. Es una cita.
Michael me mira perplejo:
—¡Madre mía!
Le digo que vamos a tener el bar sólo para nosotros y que nadie se va a enterar. Michael promete que va a preparar un postre de gazpacho:
—Va a ser muy bueno —dice—. Muy gustoso.

FIN

Zapping original:

La quinta brigada del ejército y la jefatura de policía. Ello se desprende expresamente de los dichos. ¿Vos creés que Ángel, tu hermano, está involucrado en la matanza de los chicos? Siete puntos básicos. Específicamente lo que nos está marcando hasta el momento. Las quejas. Una semana antes del siete de agosto, las carpas eran más de doscientas. Ahora, al viernes pasado, había veinte. De lunes a viernes en CNN en español. Yo estoy tan confundido. Por un lado, triste. El problema ha sido arreglado. Quieto. Pretenden documentar un supuesto secuestro que habría sufrido la víctima. Cómo se vive la obesidad en el mundo. Es bueno para mí. No. No, no, no, no. En relación al mérito de estas aseveraciones, me referiré en el apartado. Otra de las apariciones de la pre-temporada. Lo mejor que he hecho en mi carrera. ¿Cómo estás? Estoy bien, supongo que sos la nueva. También eso. Sí, además, ya sospecho otra cosa. ¿Qué cosa? Que la señora presidenta. Gracias. Gracias. ¿Quieren salir a la terraza conmigo? Bueno, creo que voy a necesitar su ayuda. Aquí dice que perdiste la vista de niño antes de desarrollar un vocabulario visual. Tienes problemas con la profundidad de campo, el espacio, la forma. Todos los jueves a las 21 horas. Por el combate de Clark versus Clark, por la despampanante cara. Fotitos y mucho más. Regalá los poemas más dulces mandando “poeta” al 2020. Nutritiva. Diseñada para eliminar las impurezas mientras el cuerpo absorbe los nutrientes. ¿Verdad que no lo esperábamos? Yo por lo menos no. Me parece que me he dejado aquí el paraguas. “Bananas”, el viernes ocho de agosto. ¿Qué tal, Michael? A ese hombre le urge un cambio de actitud, te lo juro. Necesita sexo. ¿El millón de dólares es en cheque o en efectivo? Eso no es gracioso. ¿Están listos para ser más rápidos que nunca? Sí. Presenta el auto de tus sueños, un auténtico real auto de verdad. Todos podrán admirarla, porque lo más divertido del arte es hacerlo. Gracias por la comida. ¿Adónde piensas llevar eso? No tiene llave. El conejo favorito. En el final, trata de introducir un poco el relleno que se salió. Buenas tardes. Buenas tardes. Fondues de carnes, fondues de mariscos. Ya tuve suficiente, es tu turno. Del cielo. Y todos estábamos preparados. Ah, creo que es un ornitosapiens. Para una piel más limpia y suave, corta un tomate por la mitad y frótalo suavemente por el rostro. Déjalo actuar por unos quince minutos. Juntamos los omóplatos por detrás de la espalda. Entrelazamos los dedos. Inspiramos. Le disparó a Soto volándole el sombrero de la cabeza. Nunca había conocido a alguien así en mi vida hasta ahora. Las chicas comen en bandejas de supermercado frente a los televisores. Porque ninguna sociedad que no critica se desarrolla. Ya sabes como son, cada uno tiene su coche y no lo cambia. Y me parece bien. No sé si dormía. De todo tipo de géneros de canciones que a mí me gustaban. No creo que seamos millonarios para nada, creo que nos falta mucho para trabajar. Porque estos delitos habrían sido cometidos en los últimos meses, pero uno de los detenidos tiene antecedentes de delitos sexuales. Tengo siempre gente hasta tres y media. ¡Madre mía! Y gazpacho muy bueno, muy gustoso.