Tuesday, August 5, 2008

Bananas

La quinta brigada del ejército y la jefatura de policía tienen el poder de encerrarme. Lo sé. Quieren meterme presa por algo que yo no hice. Ello se desprende expresamente de los dichos del comisario Bordaverde. Él intentó advertirme que la policía venía por mí, pero yo no le hice caso.
—¿Vos creés que Ángel, tu hermano, está involucrado en la matanza de los chicos? —me preguntan en la comisaría.
—Tranquila. No pasa nada —me digo a mí misma—. Es sólo un interrogatorio. Siete puntos básicos. Nada más.
Un policía se ríe ante mi silencio:
—Específicamente lo que nos está marcando hasta el momento con sus evasivas es que usted es la culpable.
Las quejas: me pongo a gritar que aquello no es cierto, que yo estaba de campamento la noche que mataron a mis sobrinos, a quinientos kilómetros de la escena del crimen. Pero nadie me cree. Una semana antes del siete de agosto, en el camping, las carpas eran más de doscientas. Ahora, al viernes pasado, había veinte. No hay evidencia de que yo haya estado en mi carpa la noche del crimen, nadie quiere salir de testigo por miedo a quedar implicado. De lunes a viernes en CNN en español pasan una noticia que se titula “Crimen en Flores”. Aparece mi foto con un subtítulo que dice que yo participé del asesinato; después pasan una entrevista donde mi padre se muestra afligido:
—Yo estoy tan confundido —dice—. Por un lado, triste. Por el otro, atónito.

De pronto, mi tío irrumpe en la comisaría con sus lentes oscuros y su bastón:
—El problema ha sido arreglado —dice.
Uno de los policías intenta echarlo pero él se resiste:
—¡Quieto! —grita—. Pretenden documentar un supuesto secuestro que habrían sufrido las víctimas por parte de mi sobrina pero acá está la prueba de que ella estaba de campamento.
Mi tío muestra una foto del camping en la cual sonrío despreocupada junto a una laguna. Suspiro aliviada. Quiero pensar en otras cosas: cómo se vive la obesidad en el mundo, cómo se construye un iglú, por qué cada vez más gente se convierte al evangelismo. Eso sería bueno para mí, necesito despejarme. Pero no puedo. No. No, no, no, no. Una vez más, el comisario interrumpe mis pensamientos:
—En relación al mérito de estas aseveraciones, me referiré en el apartado que sigue, pero necesito saber si la señorita se declara culpable.
Le respondo que me declaro inocente y que no tengo nada que ver con el crimen. El oficial dice que me puedo retirar. Mi tío me pide que espere en el hall de entrada.

Me asomo a una ventana y respiro aire fresco. Dos chicos jóvenes me miran de arriba a abajo y después siguen hablando:
—Otra de las apariciones de la pre-temporada fue la de la japonesa que ganó el bronce —dice uno.
—Una destreza increíble —responde el otro—. Realmente merecía ganar. De todas formas, como atleta, lo mejor que he hecho en mi carrera fue alejarme de las competencias. Sufría como un condenado antes de cada torneo y no podía engordar ni un gramo de más.

De pronto, se acerca una mujer pelirroja de unos treinta y cinco años y vuelvo a la realidad de la comisaría.
—¿Cómo estás? —me pregunta.
—Estoy bien —respondo.
—Supongo que sos la nueva —dice—. Soy Laura Florenzzi, estoy acusada de matar a mi marido. No estoy presa pero tengo que presentarme en la comisaría todos los días desde hace un año. Conozco tu caso y sé lo que se siente ser acusado de algo que uno no cometió.
—Gracias. Esto es realmente una pesadilla.
—También eso. Los periodistas no te van a dejar en paz y van a perseguirte a donde sea necesario —dice Laura mientras me ofrece una pastilla de menta.

Mi tío se acerca y nos sorprende por detrás:
—¿Quieren salir a la terraza conmigo? —pregunta.
— Bueno —dice Laura con decisión—. Pero creo que voy a necesitar su ayuda.
Mi tío le pregunta de dónde lo conoce y en qué puede servirla. Laura saca un papel arrugado de su cartera:
—Aquí dice que perdiste la vista de niño antes de desarrollar un vocabulario visual. Tienes problemas con la profundidad de campo, el espacio, la forma.
Mi tío se muestra sorprendido:
—¿De dónde sacó esa información? —pregunta—. ¿Y por qué habla con acento venezolano?
Laura dice que estaba imitando al cabo primero, oriundo de Caracas:
—Estoy en la comisaría hace tiempo. Usted sabe como son estas cosas… Todos los jueves a las veintiuna horas el cabo primero distribuye información sobre los vecinos del barrio y busca blancos fáciles para el robo.
Hay un silencio de unos segundos que se hace eterno.
—Usted iba a ser el próximo blanco, señor —dice Laura.
—¡Por el combate de Clark versus Clark! —exclama mi tío—. ¿Cómo es eso posible?
A juzgar por la despampanante cara de mi tío, advierto que está por entrar en un colapso nervioso y les pido a ambos que se tranquilicen. Pero Laura está decidida a desenmascarar la corrupción de la comisaría:
—Hay fotitos y mucho más. Ellos manejan todo tipo de información que usted ni siquiera se imagina.
Me quedo en silencio, pensativa. De fondo se oye una radio: “Nutritiva. Diseñada para eliminar las impurezas mientras el cuerpo absorbe los nutrientes”.

En ese momento, se acerca el oficial Bordaverde:
—Buenas, buenas, ¿qué lo trae a usted por aquí? —le pregunta a mi tío.
Luego le guiña el ojo a Laura y agrega:
—¿Verdad que no lo esperábamos? Yo por lo menos no.
Le pregunto a Laura de dónde se conocen:
—Ya te dije que estoy hace tiempo en esta comisaría —responde Laura.
—Me parece que me he dejado aquí el paraguas —dice Bordaverde mientras recorre la terraza con la vista.
Laura aprovecha su distracción y me llama aparte:
—No tengo mucho tiempo. No creas nada de lo que te digan en la comisaría. No creas nada a nadie, ni siquiera a Bordaverde. Te espero en el bar Bananas mañana, viernes ocho de agosto, a las doce del mediodía. No vengas con nadie.
A continuación se retira. Le digo a mi tío que estoy cansada y nos despedimos de Bordaverde. Después, lo acompaño hasta la puerta de su casa y le recomiendo que no abra la puerta a nadie.

Al regresar a mi departamento, encuentro a mi marido en el comedor mirando las noticias.
—¿Qué tal, Michael? —pregunto.
—Bien. Estaba preocupado por tí.
Michael es de Carolina del Norte y habla español con dificultad. Nos conocimos hace unos años cuando él visitaba el planetario de la ciudad y yo trabajaba en la boletería. En aquel momento, él recién llegaba al país. Había venido de visita por un mes pero al poco tiempo consiguió trabajo y decidió quedarse. Trabajaba como chef en un café y me invitó a tomar algo allí para la primera cita. Dijo que preparaba la mejor torta de limón del mundo y era cierto. Salimos durante ocho meses. Michael me conquistó con su simpatía y sus recetas exquisitas. Un día, anunció que se presentaría a un concurso en donde premiaban al chef que preparara el mejor budín marmolado. Prometió que si ganaba, nos casaríamos. Acepté el desafío. Michael nunca se presentó al concurso. A esa altura, sin embargo, no importaba quién era el ganador: los preparativos para la boda ya habían comenzado.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —dice Michael mientras agita una mano enfrente de mis ojos.
—Sí, sí —respondo.
Michael me pregunta por el comisario Bordaverde.
—No sé, no termino de confiar en él. Presiento que está tramando algo… —digo—. A ese hombre le urge un cambio de actitud, te lo juro.
—Necesita sexo —dice Michael mientras me toma por la cintura. Me río. Me dejo llevar por Michael hasta el cuarto. Necesito olvidar mis problemas.

Me despierto al día siguiente. Michael me da un beso y pregunta:
—¿El millón de dólares es en cheque o en efectivo, señorita?
—Ja, ja. Eso no es gracioso. La próxima vez que hagas ese chiste, voy a empezar a cobrar en serio por mis servicios —respondo. Michael se levanta y anuncia que va a preparar el desayuno.
—¿Están listos para ser más rápidos que nunca? —pregunta.
—¡Sí!
Michael se sienta al borde de la cama y finge estar manejando un automóvil:
—Michael Pheldom presenta el auto de tus sueños, un auténtico real auto de verdad —dice.
Me río:
—Todavía no aprendiste a hablar, Michael.
Él dice que eso no importa y agrega que va a comprar una moto para llevarme a Carolina del Norte:
—Una Harley. Todos podrán admirarla.
Le pido a Michael que se ponga serio. No puedo dejar de pensar en el asesinato de mis sobrinos. Michael me asegura que todo va a estar bien y me da un beso en la frente. Se retira y vuelve al rato con una bandeja con tostadas y cereales. Trae todo en una bandeja y me entrega un dibujo en una servilleta donde se nos ve a ambos andando en moto. En el dibujo, mi pelo largo vuela hacia atrás por el efecto del viento; tengo anteojos oscuros y un casco. Michael, por su parte, se ve muy musculoso y tiene un chaleco con la bandera de Estados Unidos estampada a la altura de su pecho:
—Porque lo más divertido del arte —dice—. Es hacerlo.
—Gracias, gracias por la comida, Michael— exclamo.
Miro el reloj. Son las once en punto. Recuerdo la cita con Laura Florenzzi en Bananas. Salgo de la cama en un segundo y comienzo a vestirme. Antes irme de casa, voy a la cocina y tomo un cuchillo filoso. Necesito protección. Michael se acerca y pregunta:
—¿Adónde piensas llevar eso?
Le pido que confíe en mí:
—No puedo decirte adónde voy. No te preocupes, voy a estar bien.

Salgo de casa hecha un rayo. Michael intenta detenerme. Corro. La puerta de abajo no tiene llave. Por un momento me pregunto si alguien ha intentado entrar durante la noche. Salgo a la calle y pronto me pierdo entre el resto de la gente.

Cuando llego al bar, Laura me espera sentada en una mesa al fondo. Tiene puesta una remera de Bugs Bunny.
—El conejo favorito de todos los niños —comento mientras la saludo. A continuación, me largo a llorar. Laura me abraza y me dice que todo va a estar bien.
—No entiendo quién pudo haberlos matado —digo entre sollozos—. Eran sólo unas criaturas. ¿Cómo puede ser que haya alguien capaz de hacer algo así?
Laura me abraza otra vez y dice:
—Mirá, tengo que confesarte algo. Sospecho que tus sobrinos están vivos. Por lo que deduzco después de haber ido tantas veces a la comisaría, estos agentes integran una red mundial de tráfico de niños.
La miro pasmada.
—Creo que tus sobrinos fueron secuestrados y todavía no salieron del país. Lo del asesinato fue montado para que ustedes no los busquen —dice Laura.
—¿Por qué no me dijiste esto antes? —pregunto.
—Tenía miedo de que nos escucharan. En la comisaría hay micrófonos por todos lados.
En ese momento, se acerca un mozo:
—Buenas tardes —dice.
—Buenas tardes —dice Laura.
—¿Qué van a desear para comer? —pregunta el hombre—. Tengo para ofrecerles fondues de carnes, fondues de mariscos...
Laura me mira y tose:
—Creo que por ahora estamos bien así. Vamos a pedir más tarde.
El mozo se retira. Laura continúa:
—Yo ya tuve suficiente. Me engañaron y soy víctima de una trampa. Pero es tu turno para cambiar las cosas, todavía hay tiempo de salvar a esos chicos.
Le pregunto si tiene alguna pista de dónde pueden tener escondidos a mis sobrinos. Me dice que los policías suelen esconder a los niños en el sótano de un edificio abandonado al que llaman “Rincón del cielo”. Laura me dice que no hay tiempo que perder. Se levanta y sale del bar. La sigo.

Tomamos un taxi y atravesamos toda la ciudad. Llegamos a la costanera. Laura le pide al conductor que nos deje en la puerta de un restaurante. Cuando bajamos del taxi, dice:
—Prefiero que caminemos unas cuadras, por si alguien escucha el ruido del motor.
Más allá del restaurante, no hay nadie a la vista. Se distinguen algunas fábricas abandonadas y se ve mucha basura acumulada en las esquinas. Hace frío. Después de recorrer diez cuadras desoladas, llegamos a un edificio gris con carteles viejos y oxidados con carteles sonde se lee “En venta”. De golpe, veo algo en el piso y pregunto qué es.
—Ah, creo que es un homosapiens —dice Laura, chistosa.
Recojo el juguete del piso. Se trata de un mono color marrón.
—¡Es el muñeco de mi sobrino! —digo—. ¡Están acá!
Laura me indica con la mano que la siga. Bordeamos la pared lateral del edificio hasta llegar a una puerta. Laura me pide en voz baja que me saque los zapatos para no hacer ruido. Le hago caso y continúo avanzando con los tacos en la mano.
—Me parece que escucho algo —dice Laura. Presto atención y oigo voces.
—Vienen de abajo —susurro. Vemos una escalera y descendemos despacio. El corazón me late como nunca. De pronto, comienzo a sospechar que Laura me está tendiendo una trampa. De todas formas, es demasiado tarde para desconfiar.
En el subsuelo se escucha el sonido de un televisor, cada vez más fuerte: “Para una piel más limpia y suave, corta un tomate por la mitad y frótalo suavemente por el rostro”. Aparece una puerta entreabierta. “Déjalo actuar por unos quince minutos”. Laura me indica que me quede quieta y se asoma despacio a la puerta. “Juntamos los omóplatos por detrás de la espalda.” Laura hace señas de que no hay nadie. “Entrelazamos los dedos.” Laura desaparece tras la puerta. “Inspiramos”. Me quedo quieta. Laura ha desaparecido. De pronto, escucho un disparo.
Entro a la habitación: Laura se encuentra parada en un rincón con un revólver entre sus manos. A su lado, yace un hombre muerto con un sobrero de cowboy.
—Es… es el comisario Soto… —balbucea Laura.
“Le disparó a Soto volándole el sombrero de la cabeza”, pienso. Nunca había conocido a alguien así en mi vida hasta ahora. Laura me mira sin decir nada. Está pálida como un fantasma y todavía tiene el revólver en sus manos. Se oyen sollozos.
—¡Son los chicos! —grito.
—¡Vamos! —dice Laura. Salimos al pasillo. Hay una puerta que no habíamos visto antes. Laura la abre de una patada. Los chicos se encuentran allí, maniatados.
Abrazo a mis sobrinos y les quito las vendas. Ellos lloran y dicen que están bien. Laura dice que no hay tiempo que perder. Salimos los cuatro corriendo del edificio. Sigo con los zapatos en la mano. El sonido del televisor hace eco en todo el lugar: “Las chicas comen en bandejas de supermercado frente a los televisores”, dice la voz de una locutora. “Porque ninguna sociedad que no critica se desarrolla”, responde un hombre.

Al llegar a la calle, me doy cuenta de que no tenemos forma de escapar. No hay ningún taxi a la vista. Laura me dice que no me preocupe. Saca un juego de llaves de su cartera. Nos acercamos a un auto gris estacionado a unos metros del edificio.
—Ya sabes cómo son los policías —dice—. Cada uno tiene su coche y no lo cambia.
Subimos al auto y ella lo hace arrancar. Los chicos me abrazan y lloran.
—¿Les hicieron algo? —pregunto. Ellos dicen que no, pero el shock es demasiado fuerte. Estuvieron encerrados más de una semana. Laura propone ir a otra comisaría y me parece bien. Ya no podemos confiar en los oficiales de la comisaría de Flores. Nos dirigimos a una comisaría del centro. Estamos exhaustos pero debemos aclarar todo cuanto antes.

Cinco horas después, vuelvo a casa. Michael está tirado en la cama y no me doy cuenta de si duerme o si llora. Cuando me ve, me abraza y me pide que no lo deje nunca más.
—Los chicos están de vuelta en la casa con sus padres —digo. A continuación, le cuento todo. Cuando termino el relato, Michael se levanta y pone un disco con todo tipo de géneros de canciones que a mí me gustaban de adolescente. Me da la mano, invitándome a bailar al centro del comedor. Me dejo llevar por el ritmo hasta que caigo rendida sobre el sillón. Michael se recuesta a mi lado. Fantaseamos con viajar a Carolina del Norte a visitar a su familia. Le pregunto si algún día podremos vivir sin trabajar, bailando y haciendo sólo lo que nos guste.
—No creo que seamos millonarios para nada —dice Michael—. Creo que nos falta mucho para trabajar.
Esa noche, todos los noticieros hablan de la corrupción en la comisaría de Flores. Ahora no me tratan más como a una delincuente sino como a una heroína. Gracias a Laura y a mí, han descubierto toda una serie de secuestros y liberado a cientos de niños. “Porque estos delitos habrían sido cometidos en los últimos meses,” dice la locutora, “pero uno de los detenidos tiene antecedentes de delitos sexuales”. Me levanto y apago el televisor.
—Basta de cosas feas —digo. Le pregunto a Michael hasta qué hora trabaja al día siguiente.
—Tengo siempre gente hasta tres y media —dice.
—Te propongo que nos encontremos a esa hora en el café. Es una cita.
Michael me mira perplejo:
—¡Madre mía!
Le digo que vamos a tener el bar sólo para nosotros y que nadie se va a enterar. Michael promete que va a preparar un postre de gazpacho:
—Va a ser muy bueno —dice—. Muy gustoso.

FIN

Zapping original:

La quinta brigada del ejército y la jefatura de policía. Ello se desprende expresamente de los dichos. ¿Vos creés que Ángel, tu hermano, está involucrado en la matanza de los chicos? Siete puntos básicos. Específicamente lo que nos está marcando hasta el momento. Las quejas. Una semana antes del siete de agosto, las carpas eran más de doscientas. Ahora, al viernes pasado, había veinte. De lunes a viernes en CNN en español. Yo estoy tan confundido. Por un lado, triste. El problema ha sido arreglado. Quieto. Pretenden documentar un supuesto secuestro que habría sufrido la víctima. Cómo se vive la obesidad en el mundo. Es bueno para mí. No. No, no, no, no. En relación al mérito de estas aseveraciones, me referiré en el apartado. Otra de las apariciones de la pre-temporada. Lo mejor que he hecho en mi carrera. ¿Cómo estás? Estoy bien, supongo que sos la nueva. También eso. Sí, además, ya sospecho otra cosa. ¿Qué cosa? Que la señora presidenta. Gracias. Gracias. ¿Quieren salir a la terraza conmigo? Bueno, creo que voy a necesitar su ayuda. Aquí dice que perdiste la vista de niño antes de desarrollar un vocabulario visual. Tienes problemas con la profundidad de campo, el espacio, la forma. Todos los jueves a las 21 horas. Por el combate de Clark versus Clark, por la despampanante cara. Fotitos y mucho más. Regalá los poemas más dulces mandando “poeta” al 2020. Nutritiva. Diseñada para eliminar las impurezas mientras el cuerpo absorbe los nutrientes. ¿Verdad que no lo esperábamos? Yo por lo menos no. Me parece que me he dejado aquí el paraguas. “Bananas”, el viernes ocho de agosto. ¿Qué tal, Michael? A ese hombre le urge un cambio de actitud, te lo juro. Necesita sexo. ¿El millón de dólares es en cheque o en efectivo? Eso no es gracioso. ¿Están listos para ser más rápidos que nunca? Sí. Presenta el auto de tus sueños, un auténtico real auto de verdad. Todos podrán admirarla, porque lo más divertido del arte es hacerlo. Gracias por la comida. ¿Adónde piensas llevar eso? No tiene llave. El conejo favorito. En el final, trata de introducir un poco el relleno que se salió. Buenas tardes. Buenas tardes. Fondues de carnes, fondues de mariscos. Ya tuve suficiente, es tu turno. Del cielo. Y todos estábamos preparados. Ah, creo que es un ornitosapiens. Para una piel más limpia y suave, corta un tomate por la mitad y frótalo suavemente por el rostro. Déjalo actuar por unos quince minutos. Juntamos los omóplatos por detrás de la espalda. Entrelazamos los dedos. Inspiramos. Le disparó a Soto volándole el sombrero de la cabeza. Nunca había conocido a alguien así en mi vida hasta ahora. Las chicas comen en bandejas de supermercado frente a los televisores. Porque ninguna sociedad que no critica se desarrolla. Ya sabes como son, cada uno tiene su coche y no lo cambia. Y me parece bien. No sé si dormía. De todo tipo de géneros de canciones que a mí me gustaban. No creo que seamos millonarios para nada, creo que nos falta mucho para trabajar. Porque estos delitos habrían sido cometidos en los últimos meses, pero uno de los detenidos tiene antecedentes de delitos sexuales. Tengo siempre gente hasta tres y media. ¡Madre mía! Y gazpacho muy bueno, muy gustoso.